martes, 5 de diciembre de 2017

El corazón tiene más cuartos que un hotel de putas


El amor en los tiempos del cólera

Sabía desde hacía tiempo que estaba predestinado a hacer feliz a una viuda, y a que ella lo hiciera feliz, y eso no le preocupaba. Al contrario: estaba preparado. De tanto conocerlas en sus incursiones de cazador solitario, Florentino Ariza terminaría por saber que el mundo estaba lleno de viudas felices. Las había visto enloquecer de dolor ante el cadáver del esposo, suplicando que las enterraran vivas dentro del mismo ataúd para no afrontar sin él los azares del porvenir, pero a medida que se iban reconciliando con la realidad de su nuevo estado se las veía surgir de las cenizas con una vitalidad reverdecida. Empezaban viviendo como parásitas de sombras en los caserones desiertos, se volvían confidentes de sus sirvientas, amantes de sus almohadas, sin nada que hacer después de tantos años de cautiverio estéril. Malgastaban las horas sobrantes cosiendo en la ropa del muerto los botones que nunca habían tenido tiempo de reponer, planchaban y volvían a planchar sus camisas de puños y cuellos de parafina para que siempre estuvieran perfectas. Seguían poniendo su jabón en el baño, la funda con sus iniciales en la cama, el plato y los cubiertos en su lugar de la mesa, por si acaso volvían de la muerte sin avisar, como solían hacerlo en vida. Pero en aquellas misas de soledad iban tomando conciencia de que otra vez eran dueñas de su albedrío, después de haber renunciado no sólo a su nombre de familia sino a la propia identidad, y todo eso a cambio de una seguridad que no fue más que una más de sus tantas ilusiones de novias. Sólo ellas sabían cuánto pesaba el hombre que amaban con locura, y que quizás las amaba, pero al que habían tenido que seguir criando hasta el último suspiro, dándole de mamar, cambiándole los pañales embarrados, distrayéndolo con engañifas de madre para aliviarle el terror de salir por las mañanas a verle la cara a la realidad. Y sin embargo, cuando lo veían salir de la casa instigado por ellas mismas a tragarse el mundo, entonces eran ellas las que se quedaban con el terror de que el hombre no volviera nunca. Eso era la vida. El amor, si lo había, era una cosa aparte: otra vida
Gabriel García Márquez

lunes, 13 de marzo de 2017

Siempre has sido lista. Has visto lo malo de las gentes a cien leguas... Pero los hijos son los hijos. Ahora estás ciega.

Yerma
¿Qué se siente estando embarazada? ¿Has tenido alguna vez un pájaro vivo en la mano? Es lo mismo, pero por dentro de la sangre.
Federico García Lorca.

Life is what happens while you are busy making other plans.


La Carne
La vida es un pequeño espacio de luz entre dos nostalgias: la de lo que aun no has vivido y la de lo que ya no vas a poder vivir. Y el momento justo de la acción es tan confuso, tan resbaladizo y tan efímero que los desperdicias mirando con aturdimiento alrededor.
Rosa Montero.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Será que te ha cogido miedo de saber que estás mas loca... que yo, que necesito ver amanecer cuando no toca.



La ley de la locura.
Diálogos entre sobrevivientes del manicomio y la ley 26.657

Los trabajadores de la salud mental que brindan servicios fuera de los manicomios deberían creer en los delirios, ser creyentes en vez de testigos, creer en las alucinaciones. Si un loco va y le dice “Me está persiguiendo la CIA” en vez de preguntarle “¿Y por qué usted cree eso?”, hay que acompañarlo a la comisaria a hacer la denuncia. Deberían empezar a creer en sus pacientes y que no nos miren como pacientes sino que nos den un servicio y que ese servicio pueda cambiar, y que de repente un día propongan ir a hacer la consulta a la plaza, que cambien, que se animen a cambiar, que aprendan de las alucinaciones, y que dejen de privilegiase. Porque siempre se privilegiar con la locura y con el dolor de los locos, siempre generan estatus social.
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Considerando la ley de salud mental yo creo que las personas que trabajan en los manicomios deberían recuperar el hospital, y en vez de seguir trabajando para el manicomio, echar a las autoridades, transformar todo y que se transforme en un hospital recuperado. Así como está la experiencia de las fabricas recuperadas, debería empezar la experiencia de los hospitales recuperados. Cuando pase eso los trabajadores del manicomio, van a estar la servicio de los locos y de la salud mental, y no al servicio de la enfermedad como están ahora. Son todos cómplices de la tortura. Son artífices de la dictadura de la cordura. Lo lamento mucho si alguien se siente ofendido, pero si se ofende, le recomiendo que haga la experiencia del manicomio, bien completa con drogas, celda de aislamiento, y después vea que se siente.

Alan Robinson.

domingo, 18 de septiembre de 2016

¿No sabes que, sin ti, mi corazón es un desierto? Cuando te maten yo moriré cien muertes por la tuya.

Costa Ardiente
Cierto atardecer, ella y Centaine se quedaron atrás, pues O'wa se había adelantado en busca de un sitio donde recordaba que los avestruces solían depositar sus huevos. Las dos discutían amistosamente.
—¡No, no, Niña Nam! ¡No debes sacar dos raíces del mismo lugar! Siempre debes dejar una antes de excavar otra vez. ¡Ya te lo he dicho! —la regañó la anciana.
—¿Por qué? —preguntó Centaine, incorporándose; al apartarse los gruesos rizos de la frente, dejó un manchón sudoroso de barro en la piel.
—Porque debes dejar una para los niños.
—Vieja tonta. No hay niños.
—Ya los habrá. —H’ani señaló significativamente el vientre de la muchacha—. Ya los habrá. Y si no les dejamos nada, ¿qué dirán de nosotros cuando pasen hambre?
—¡Pero hay tantas plantas! — protestó la joven, exasperada.
—Cuando O'wa encuentre el nido de avestruz, dejará algunos huevos. Cuando tú encuentres dos raíces, dejarás una. Así tu hijo crecerá fuerte y sonreirá al repetir tu nombre a sus hijos.

Wilbur Smith.

martes, 14 de junio de 2016

Que nunca llevo el corazón encima, por si me lo quitan II

Martes 30 de julio

A mí me cuesta ser cariñoso, inclusive en la vida amorosa. Siempre doy menos de lo que tengo. Mi estilo de querer es ése, un poco reticente, reservando el máximo sólo para las grandes ocasiones. De modo que si siempre estuviera expresando el máximo ¿qué dejaría para esos momentos (siempre hay cuatro o cinco en cada vida, en cada individuo) en que uno debe apelar el corazón en pleno? También siento un leve resquemor frente a lo cursi, y a mí lo cursi me parece justamente eso: andar siempre con el corazón en la mano.

Mario Benedetti - La Tregua.

sábado, 2 de abril de 2016

La ausencia.



V
Que no sea el
silencio quien
llene mi espacio
vacío.